MEXICO.- (Xinhua) — Hace una semana que Salvador Díaz no duerme por las noches. Las dudas sobre lo incierto de su futuro le espantan el sueño: ¿Cómo conseguirá trabajo en la Ciudad de México? ¿En dónde vivirá? ¿Qué tan complicado será que pueda ir de un lado a otro solo en su silla de ruedas?
Díaz es un mexicano que llevaba 48 años viviendo en Los Angeles, y que desde hace tres décadas obtuvo el estatus de residencia permanente en Estados Unidos; sin embargo, las autoridades migratorias de ese país lo detuvieron y deportaron a México por una pelea doméstica con su pareja.
Ahora, a sus 52 años, encara la situación de comenzar una vida en el país que lo vio nacer, pero que no conoce, y donde no cuenta con parientes, porque su familia está en la ciudad de California, en la que tenía empleo, casa propia y automóvil.
Por eso, desde que aterrizó el 26 de abril en la capital mexicana, a bordo del vuelo semanal que trae de vuelta a mexicanos expulsados, Díaz no ha podido conciliar el sueño, preocupado por lo que vendrá.
«Es algo inhumano que están haciendo, pero no ‘nomás’ por mi. Por varias familias que están destruyendo, personas que nunca han cometido ningún error», dice el hombre a Xinhua.
Salvador platica su historia afuera de una casona que el colectivo Deportados Unidos en la Lucha (DUL) usa como oficina y taller para imprimir las camisetas que vende para subsistir, en el tradicional y céntrico barrio Santa María la Ribera de la capital.
La vieja casona de dos niveles es por ahora su refugio, ya que la agrupación, creada en 2016 por mexicanos repatriados, lo acogió tras ser contactada por activistas estadounidenses ante su inminente deportación.
Salvador Díaz cuenta que se asumía como «mexicoamericano» porque su familia migró del estado de Jalisco, en el oeste de México, a Los Angeles, California, a finales de la década de los 60 del siglo pasado, cuando él sólo tenía tres años y la frontera común no lucía las vallas de la actualidad para frenar la migración.
Creció en el céntrico barrio de Echo Park, cercano al estadio de béisbol de los Dodgers, y estudió la carrera de Administración en la Universidad Estatal de California, mientras su padre laboraba en un restaurante y su madre se dedicaba al hogar.
Desde los 19 años trabajó y contribuyó con sus impuestos a la economía, primero como un administrativo de una cadena de tiendas y desde 1994 como empleado del Departamento de Recreación y Parques de la ciudad de Los Angeles.
Padre de dos hijos de 24 y 36 años, el hombre dice que hacía su vida sin temor a los efectos del discurso antimigrante, sello del presidente estadounidense, Donald Trump, desde su campaña electoral.
Explica que se sentía tranquilo porque desde 1986 obtuvo la residencia permanente para vivir y trabajar en Estados Unidos; por su mente no pasaba ser uno de los casos de deportación que miraba en las noticias de la televisión.
El 14 de diciembre pasado, agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por su siglas en inglés) lo detuvieron cuando manejaba su auto por el centro de Los Angeles, la urbe con más mexicanos en el mundo después de la Ciudad de México.
Le informaron que estaba implicado en un caso de violencia doméstica y lo llevaron a un centro de detención migratoria en Tacoma, Washington, donde se le inició un juicio que duró cuatro meses, relató el hombre.
Salvador Díaz se defendió al alegar que vivió 48 años en Estados Unidos y que desde 2006 estaba en silla de ruedas porque perdió la movilidad de las piernas tras contagiarse en Fresno, California, de un hongo que le «comió» la columna.
La Corte migratoria desestimó sus argumentos, se le revocó la residencia permanente por la pelea doméstica que tuvo con su pareja de tres décadas y fue subido a un avión rumbo a la capital mexicana.